El turismo no solo está transformando las ciudades, también las vías de acceso a ellas. Hablamos del cicloturismo, un sector hiperespecializado que tiene en la bicicleta el eje central sobre el que pivota todo el viaje. Se empezó a implementar en los años 80 y desde entonces ha tenido un aumento constante, exponencial en los últimos lustros. Muchas regiones del mundo han apostado por este modelo debido a sus evidentes ventajas: proporciona un turismo desestacionalizado, atrae a viajeros con cierto poder adquisitivo y no provoca grandes aglomeraciones al poder distribuirse durante todo el año. Sin embargo, pocos lugares han tenido en cuenta las consecuencias que este tipo de turismo puede tener sobre la seguridad vial.

A pesar de que no existen estadísticas oficiales, se calcula que el número de cicloturistas en Mallorca asciende a más de 160.000 al año, una cifra que se ha incrementado en más de un 50% los dos últimos años. Esta isla mediterránea es una de las mecas del cicloturismo en Europa, uno de los puntos neurálgicos de este fenómeno y un buen ejemplo de cómo las autoridades intentan gestionar (en ocasiones de forma deficiente) su éxito. 

Fue Max Hürzeler, un ex ciclista suizo, quien empezó a apostar por el cicloturismo en la isla en 1986. Hoy su empresa, Hurzeler Bicycle Holidays, es un turoperador que maneja cifras astronómicas, con una flota de 60.000 bicicletas solo en la isla y sedes en otros puntos de España como Fuerteventura y Cádiz. 

El negocio de Hürzeler, como los muchos que surgieron después, parten de la iniciativa privada y se desarrollan sin tener en cuenta la infraestructura pública. Mallorca es una isla con una red de carreteras secundarias que supera los 1.600 kilómetros. Son estrechas, zigzagueantes y en ocasiones en mal estado. Cuando empezó a implementarse el cicloturismo, la isla apenas estaba preparada. 

No se trataba solo de una cuestión de infraestructuras, sino de concienciación. Las carreteras de la sierra de Tramontana, por ejemplo, eran tan estrechas que apenas permitían el adelantamiento por parte de los turismos, que se desesperaban detrás de los pelotones ciclistas. Con el paso de los años ambos han aprendido a convivir (y las autoridades a ampliar las carreteras para mejorar esa convivencia). La fuerte concienciación por parte de residentes y cicloturistas ha hecho que el número de accidentes se reduzca drásticamente. Pero aún no es suficiente. En los últimos cinco años, 19 ciclistas han muerto en la isla y la media de accidentes varía entre los 150 y los 200 al año. 

Para solucionar este problema, se ha creado una Comisión de Seguridad Vial de los Ciclistas en Mallorca que analiza las circunstancias en las que se producen los accidentes para determinar qué medidas habría que tomar para evitarlos en un futuro. También se han activado campañas de información para concienciar a ciclistas y conductores de coches y motos. En todas las islas Baleares se han establecido decenas de rutas secundarias para los ciclistas en las que se exige circulación lenta a los coches. Otras vías han ido incorporando ciclovías a sus laterales. El trabajo está en marcha, pero aún falta mucho para darse por satisfechos. Habrá que seguir pedaleando.

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