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La transformación de la movilidad, las restricciones en las ciudades o los cambios demográficos han provocado que el coche sea una opción menos principal entre los jóvenes y que, aunque deseen tener la licencia, se apunten a nuevas formas para desplazarse.
El plan estaba claro para mucha gente: nada más cumplir los 18, autoescuela y carnet de conducir. El coche, ese objeto de deseo que envolvía los pensamientos de la juventud, significaba libertad, autonomía y hasta madurez. Hoy, su imagen se ha alterado: las nuevas costumbres en la movilidad, el cambio demográfico y las restricciones en las ciudades lo han relegado a otro puesto en el ranking de la importancia. Su cetro lo ha ganado el móvil. Quizás con cierto sentido: con él se reserva el patinete o la bicicleta que usan como alternativa sostenible a ese vehículo.
Hay varias causas: la merma en el interés de los jóvenes se complementa con el creciente precio de los combustibles, la precariedad laboral, el eventual desarrollo de las redes de transporte público o las diferentes aplicaciones para compartir automóvil. Habría que hacer un estudio exhaustivo de cada país para determinar esa evolución, pero algunos datos ayudan a corroborarlo.
Un censo reciente de la Dirección General de Tráfico (DGT) en España lo certifica: la cantidad de ciudadanos con carnet de conducir ha ido disminuyendo en edades entre los 18 y los 24 años en las últimas décadas, aproximadamente de un 20% a un 8%. Así, en 2008 se registraron un total de 873.587 permisos nuevos, mientras que en 2017 bajó a los 358.282. Dicho estudio señala que el 58% de la generación Z (personas nacidas a partir de 1995) se ha sacado el carnet de conducir, frente al 81% de los baby boomers (entre 1946 y 1964). Este último grupo es el que tiene mayor porcentaje de población con licencias, por delante de los pertenecientes a la Generación X (1965-1985), con un 78%, y los milenials (1985-1995), con un 74%.
Y una encuesta realizada en 2014 por la consultora KPMG a 200 altos cargos del sector automovilístico mostraba la inquietud de los directivos por la pérdida de clientes en los estratos inferiores de la pirámide de edad: un 54% reconocía que los menores de 25 años no sentían la “necesidad de ser propietarios de un vehículo”. Ahora, esta misma consultora ya contempla el cambio de paradigma, aunque confía en que esa pérdida de interés se combine con el éxito de nuevos modelos más respetuosos con el medio ambiente.
Porque esa es otra preocupación añadida: la sostenibilidad y el rechazo a los combustibles fósiles también influye a la hora de elegir el modo de transporte. Y no ayuda la vida actual: si echamos un vistazo rápido a la situación de hace un par de décadas, hay elementos cruciales que muestran esta transformación. El primero, ya mencionado, son los avances para trasladarse en centros urbanos, donde reside la mayoría de la población. El segundo, paralelo a este, es la proliferación de formas de moverse. Otro aspecto fundamental es la paulatina incorporación del teletrabajo, agudizada por la pandemia de COVID-19. Y, por último, la precariedad en el empleo, los gastos de mantenimiento y el fluctuante precio de la gasolina.
“La escala de valores de los jóvenes ha cambiado. Se puede decir de forma categórica que hay muchas prioridades antes que el coche”, señala Guillermo Ricarte, director general de la fundación CreaFutur, que analiza las tendencias de consumo. “Las preferencias se han ido modificando. Primero fue la ropa, luego comer fuera y, ahora, la tecnología”, resume. “Pero el factor decisivo es económico: no hay poder adquisitivo”, expresa. Ricarte cree que cada vez es más fácil conducir sin tener un coche, alquilando o compartiendo, y considera que la falta de poder adquisitivo traslada la pertenencia a lo transitorio: se eligen objetos que no supongan un compromiso, que se puedan usar y abandonar.
Desde la Asociación Española de Fabricantes de Automóviles y Camiones (Anfac) señalan que la economía no acompaña, ni la inquietud sobre el futuro. “Lo que pasa es que, como la esperanza de vida se ha alargado, también se ha alargado la de comprarse un coche y ser conductor activo”, reflexionaba David Barrientos, jefe de comunicación de Anfac, en un reportaje de la revista Seguridad Vial.
Todo parece haberse retrasado: desde el carnet de conducir hasta la independencia habitacional. En ciertos círculos culpan directamente a las continuas crisis económicas desde 2008: al desempleo se le suma una sensación de incertidumbre, de no ver un progreso laboral. Y eso provoca no una repulsa de un medio de transporte, sino la resignación por vivir en el presente. En cualquier caso, según afirman desde la Confederación Nacional de Autoescuelas, sacarse el carnet sigue siendo una asignatura pendiente en la mente de los españoles.
Se mantiene para emergencias o en casos donde las ventajas son claras, pero se anteponen otras opciones como combinar transportes públicos o moverse en bicicleta o patinete eléctrico. La psicóloga Josefina Albacete cuenta que, antes, tener un coche era sinónimo de libertad. Ahora se percibe como una complicación: hay que buscar aparcamiento, compartir gastos… Mientras, existen decenas de opciones a un clic: pedir un servicio de taxis y dividir el importe, alquilar por minutos una bicicleta o un patinete, aguardar a un autobús o, si se trata de trayectos más largos, acudir a la red para compartir coche.
El carsharing, según la auditora Grant Thornton, ya tiene 15 millones de usuarios en el mundo, 400.000 en España (Madrid es la segunda ciudad de Europa con más coches compartidos circulando). Además, España se posicionó líder mundial en motosharing durante el año 2018; el número de escúteres disponibles en estos servicios aumentó casi un 500% en el país, pasando de las 1.491 motos en 2017 a las 8.920 motos.
En Estados Unidos, según una encuesta sobre los hábitos de los jóvenes publicada por la BBC, un 12% de personas comprendidas entre los 21 y los 30 años ha dejado de conducir con respecto a la misma muestra de la generación anterior. Para ellos, ni siquiera la imagen de esa línea recta de asfalto encaminándose hacia la eternidad entre naturaleza salvaje les empuja a coger el volante y sentirse libres, inmortales.
Las plazas de garaje con un descapotable y el rugido del motor cada mañana han ido mutando paulatinamente hacia la ropa o lo último en tecnología. “Es mucho más emocionante para los adolescentes tener un nuevo iPhone que lo último en moda: puedes hacer cosas mucho más interesantes”, declaraba una chica de 19 años al diario estadounidense The New York Times. “Lo importante es estar conectado”, añadía.
“El cambio de preferencias en el transporte por parte de la gente joven induce a dudar sobre la postura asumida por los mandatarios de que la conducción crecerá rápida y progresivamente. Algo que debería tenerse en cuenta en las decisiones sobre infraestructuras y presupuestos”, subrayaba el estudio de Frontier Group y US PIRG de 2012 titulado Transporte y las nuevas generaciones. Esta investigación evaluaba cómo lo que después de la Segunda Guerra Mundial era un símbolo de madurez ahora es un accesorio caro. A pesar del aumento de ingresos por unidad familiar o de posibilidades a la hora de viajar, el uso del transporte público aumentó un 40% en EE.UU. Y la compra de bicis un 23%. Ni siquiera dota del estatus que se quería mostrar a mediados del siglo pasado.
En Francia, por su parte, una encuesta de la web Aramisauto.com revelaba que el 47% de los franceses consideraban el coche como “un simple objeto práctico” y no como “un medio de evasión”. Una impresión que se potenciaba entre los mayores de 65 años (con un 52%) y entre ejecutivos (53%). La tendencia ya esquinaba a un 29% a los que aún sentían que el automóvil era “un objeto que les hacía soñar”. “Esta evolución corresponde al desgaste de un mito, el del coche como sinónimo de libertad”, resumía Frédéric MIcheau, director adjunto del Instituto Francés de Opinión Pública (Ifop).
¿No tendrá también que ver el cambio de mentalidad social? Es posible: los expertos coinciden en que la preocupación por el medio ambiente, las plataformas para compartir vehículo o el espíritu de lo efímero son elementos a tener en cuenta. “Todo es mucho más volátil”, explica Josefina Albacete. “Antes, el deseo nada más cumplir los 18 años era tener un coche y ser libre. Ahora es incluso lo contrario. La libertad es no depender de ningún objeto, salvo de tu móvil y tus productos de cosmética. Pero igual que nos acercamos más a Europa en cuanto al alquiler de vivienda en lugar de la compra, o en el uso de la bicicleta (aunque estemos lejos de Holanda o Alemania), nos vamos pareciendo cada vez más en la movilidad de residencia o en la inestabilidad”, zanja.