En un bar, en la comida familiar, en los vestuarios del gimnasio: el precio de la gasolina se infiltra sin tregua en conversaciones cotidianas. Y hay más: marca la agenda política, supone protestas multitudinarias que hacen temblar gobiernos o incluso provoca protestas que terminan derrocando al poder, como se ha visto recientemente en Kazajistán o Sri Lanka. El combustible anda detrás de casi todo lo que hacemos y, por eso, hablar de sus fluctuaciones es ya como hablar del tiempo en el ascensor. Pero ¿sabemos realmente por qué sube o baja el precio de la gasolina? No siempre.

La solución más fácil es que la escasez de petróleo o los cortes de suministro provocan el alza. Sin embargo, existen más causas. En ese ejercicio de introducir la manguera y llenar el depósito convergen factores geoestratégicos, económicos y sociales. A escala internacional y nacional. Por ejemplo: no es solo una cuestión de cantidad o de impuestos, sino de las valoraciones globales, del mercado de divisas y de las finanzas de las empresas dedicadas a esto.

“Pese a lo que pueda parecer, el precio de la gasolina no tiene por qué tener relación con el precio del petróleo”, advierte Nacho Rabadán, director general de la Confederación Española de Empresarios de Estaciones de Servicio (CEEES). El primer matiz que indica para sostener esta aseveración es que las gasolineras no compran petróleo, sino un derivado, que puede ser gasolina o diésel, también llamado gasoil o gasóleo. Esa compra del producto depende de algo más que la cantidad de los pozos.

Hace falta, por ejemplo, conocer el precio del barril de Brent (que equivale a 159 litros o 42 galones estadounidenses). Una cifra que está supeditada a numerosas variables ya que se cotiza en la bolsa de valores de Londres. Allí se negocian casi la mitad de contratos de futuro del petróleo. Y al negociarse las compras y ventas en función de inversores, la respuesta es un acto especulativo. Cuanto más se compra, más caro. Además, hay un precio de antemano según las extracciones.

Y viene fijado por la Organización de Productores y Exportadores de Petróleo (OPEP), compuesta en la actualidad por 13 países (entre los que están Arabia Saudí, Venezuela e Irak). Según esta institución, fundada en 1962 y reconocida por la Organización de las Naciones Unidas, en el mundo se comercializan cada día 94,5 millones de barriles de petróleo. Alrededor del 50% de ese crudo se usa para la fabricación de gasolinas, diésel y derivados, que sirven para impulsar los más de 1.100 millones de vehículos que funcionan con derivados del petróleo.

En estas oscilaciones se incluye el influjo de nuevos tipos de energía, que amenazan su uso y, por tanto, condicionan el precio, o circunstancias especiales como una guerra, el colapso en una vía marítima o la pandemia. Eso son causas “exógenas”, es decir, que la economía no puede controlar. Por ejemplo: el huracán Katrina devastó las costas de Estados Unidos en 2005 y dañó líneas de suministro, por lo que el precio subió un alto porcentaje. O el atasco en el Canal de Suez provocado por el Ever Given, un buque que paralizó el comercio mundial.

Aparte, su precio viene estipulado por el dólar. Esta divisa es sobre la que orbita su valor. Y esto quiere decir que, si está en un momento fuerte, a las monedas más débiles se les encarece. Y a la inversa. Lo hemos visto a lo largo de las últimas décadas con, por poner un par de casos cercanos, el auge y caída de la libra esterlina o el euro. Ambas han pasado de superar por goleada a la moneda estadounidense a estar al mismo nivel o incluso por debajo. De esta forma, el cambio favorece o perjudica al resto de países.

De este punto de partida se pasa a la gasolina o el diésel, sus derivados. Estos salen con el precio de crudo y se encuentran con más elementos del proceso. “La gasolina se compra con una fórmula internacional, y su precio está basado en el precio de los productos que la consiguen”, continúa Rabadán, que lo resume con una comparación: “Es como una hipoteca, que se decide por unos parámetros iniciales, pero luego depende del euríbor”.

Rabadán alude en este punto al índice Platts, que es el que establece en todo el mundo los precios de compra y venta de los diferentes recursos obtenidos del petróleo: la electricidad, el gas natural, el carbón, la energía nuclear, la refinación petroquímica y la explotación de los metales. Entran aquí, por consiguiente, gasóleos, gasolinas, megavatio eléctrico, megavatio eólico, gas propano, antracita, benzeno, metanol, oro y aluminio, entre otros. Es un marcador que se evalúa semanal y mensualmente. Y va, según el director de CEEES, acorde con el Brent.

“Últimamente se ha desacompasado. Puede bajar el petróleo y subir sus derivados, o viceversa”, explica, ilustrándolo con otra comparación: “Es como el precio de la harina y el pan: puede bajar la primera, por mucha producción, pero subir el producto final por otros costes asociados”. Además, viene la segunda parte, que tanto gusta mencionar en charlas aleatorias: los impuestos. Al precio original se le suma el de distribución o almacenamiento, que lo aumentan un 16%, y los tributos.

Impuestos que en España se sitúan en torno a un 45% en el diésel y un 50% en la gasolina. La primera gravación, y más importante, es el Impuesto Especial de Hidrocarburos. Esto es una cantidad fija que se aplica a cada litro de combustible (0,47 euros para la gasolina y 0,38 en el gasóleo, aproximadamente). Se le añade el IVA, que es del 21%, como en casi todas las actividades de compra venta (salvo en casos con régimen reducido). En este apartado es donde se entroncan las diferentes decisiones gubernamentales de subvencionar parte del combustible o tomar otras medidas, y donde se nota, a su vez, la inflación.

También se nota, en estos momentos, el efecto de la pandemia. “Se cerraron muchas refinerías, y ahora cuesta regresar a cómo se estaba antes del covid, así que todo es más caro”, expresa Rabadán. “Los precios de la gasolina nos afectan a todos”, concluye el experto, “porque sigue siendo un producto imprescindible en la sociedad, que sigue siendo el combustible más usado”. De ahí que, estemos donde estemos, podremos comentar con pavor o alegría el número que acabamos de ver en los surtidores y dar pie a un inevitable coloquio.

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