Escribe: Alberto García

La pelea medioambiental en las ciudades se libra sobre ruedas. Desde hace meses, ayuntamientos y agentes sociales se plantean medidas en contra de aquellos vehículos que emitan partículas contaminantes a la atmósfera. Se instala la bici pública, se estrecha la calzada, se restringe el paso motorizado.

Para evitar la contaminación no vale con la prohibición. Existe toda una red de posibles remedios que incluyen los hábitos ciudadanos, la disposición urbana o la educación vial. Alemania, uno de los países que suele estar en boca de expertos a la hora de mencionar el combo “movilidad sostenible”, tiene a una de sus ciudades como enseña de este futuro implacable a favor del entorno.

Nos referimos a Friburgo, cuarta urbe por habitantes (220.000) de la región de Baden-Würtemberg, en la esquina suroeste del país. Sus políticas la han convertido en “capital” de la ecología. ¿Cómo? Según explica la web faircompanies.com, en Friburgo se impulsó el uso de la bici desde los años setenta, cuando ese artilugio aún se consideraba “un producto del subdesarrollo”.

Se habilitaron 500 kilómetros de vías y en 1999 la bici ya era usada en los desplazamientos habituales por el 17% de la población. No fue la única medida que tomó la ciudad. En lugar de desmantelar las redes de tranvía, las amplió; mantuvo el 40% de bosque en su territorio (15.300 hectáreas); alentó la construcción de edificios con aprovechamiento de energía (mediante paneles solares o materiales que impidieran el derroche) y, junto al carsharing, estableció aparcamientos vigilados de bicis en las estaciones periféricas.

Así lo valora Florian Hertenstein, ecólogo de 35 años y vecino de la ciudad: “No hay máquinas de tabaco, sino de cámaras de bici», comenta mientras manda por teléfono una foto de un cubículo azul en medio de la calle que, efectivamente, no dispone caramelos, cigarrillos o latas de refresco, sino estuches con el tubo de recambio para ruedas de bici.

Según cuenta, “el 30% de las carreteras están reservadas para bicis y 30.000 personas se mueven a diario en este medio de transporte”. “La mayoría aprueba que en el centro no haya coches, sobre todo los turistas. Además, es más rápido ir en tranvía o bici”. 

También destaca Hertenstein el hecho de que Friburgo sea una “ciudad compacta”: “aprovecha el espacio para ofrecer lo necesario sin necesidad de transporte: tiendas, ocio, trabajo”. Justo lo contrario de las “ciudades difusas” que existen en muchos otros lugares y que ahora estudian de qué forma unirse a la lucha por lo sostenible.

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