Si el tren fue el invento que marcó el siglo XIX y su literatura, el coche lo hizo en la sociedad y la narrativa del siglo XX. Son muchos los títulos literarios en los que el automóvil y la carretera son protagonistas de las historias o juegan en ellas un papel tan importante como el caballo en el wéstern.

El coche es uno de los recursos más versátiles para la literatura. Es el elemento que permite la huida, ya sea en sentido metafórico (escapar del hambre, de la opresión, de una relación amorosa…) como real. También es metáfora de la libertad y de la liberación, el símbolo de un nuevo comienzo; define el estatus social de los personajes, incluso puede cobrar vida y convertirse en un sangriento asesino poseído por un espíritu maligno, como reflejó Stephen King en Christine. O convertirse en un fetiche sexual, como ocurre en la novela Crash de J.G. Ballard (1973), que posteriormente fue llevada al cine por David Cronenberg. En ella, los protagonistas practican una parafilia, la sinforofilia, y se excitan provocando o participando en accidentes de tráfico.

En los coches se ama, se viaja y se crean obras maestras. Así le ocurrió a Gabriel García Márquez, al que la inspiración para escribir Cien años de soledad le llegó en 1952 durante un viaje a su pueblo natal, Aracataca (Colombia), junto a su madre para vender la casa de su infancia.

En la otra cara de la moneda, más de un escritor ha muerto en accidente de tráfico. Es lo que le ocurrió a Albert Camus en una carretera de Borgoña. El coche que conducía su editor y amigo Michel Gallimard se estrelló contra un árbol y murieron ambos.

EL COCHE EN LOS LIBROS

James Joyce fue de los primeros en utilizar al automóvil como argumento de una de sus obras. Lo hizo en el cuento “Después de la carrera” (1904), incluido en su obra Dublineses. En él narra la tarde y la noche que pasa un grupo de amigos, entre los que se encuentran pilotos y mecánicos de coches, al terminar una carrera.

The Magnificent Ambersons es la novela con la que el norteamericano Booth Tarkington ganó el Premio Pullitzer en 1919. En ella aborda el mundo de la industria del automóvil a través de las relaciones de unas adineradas familias de Indianapolis. Orson Wells la llevó al cine en 1942 y en España se estrenó con el nombre de El cuarto mandamiento.

El coche dio lugar a un género literario en Estados Unidos: las road novels, cuyo máximo exponente es On The Road, de Jack Kerouac, publicada en 1957. En ella, y a modo de monólogo interior, Kerouac narra sus viajes junto a sus amigos a través de Estados Unidos y México entre 1947 y 1950, y contribuyó a la mitificación de la célebre Ruta 66. Hoy está considerada un clásico del siglo XX y la obra definitiva de la generación beat.

Road novel puede considerarse también Miedo y asco en Las Vegas, de Hunter S. Thompson (1971), que narra su delirante viaje por una surrealista Las Vegas. Hoy está considerada obra de culto por los seguidores del nuevo periodismo y del periodismo gonzo.

La controvertida Lolita, de Nabokov, desarrolla buena parte de su trama a bordo de un coche con el que el profesor de mediana edad y Lolita recorren las carreteras de Estados Unidos.

Ya en el siglo XXI encontramos Esta historia, del italiano Alessandro Baricco (2007). Su protagonista, Ultimo Parri, vive obsesionado con crear el circuito de carreras de coches perfecto que refleje en su diseño su propia vida.

O las conocidas obras de Stephen King, además de la ya mencionada Christine: Buick 8, un coche perverso (2002) y Mr. Mercedes (2014), donde, una vez más, los coches cobran vida para sembrar el terror.

En las obras literarias hispanas, una de las primeras obras en las que se habla de coches es El hombre que compró un automóvil, de Wenceslao Fernández Flórez (1932). Se trata de una novela surrealista, llena de humor negro, donde el protagonista se plantea la duda de si comprar o no un coche. Sería una de las primeras críticas al consumismo moderno en la literatura española.

Julio Cortázar narró la historia de un enorme atasco y de las relaciones personales que se entablaron entre los ocupantes de los vehículos atrapados allí en el cuento “La autopista del Sur”, publicado en el libro de relatos Todos los fuegos el fuego (1966).

En 1996 Ignacio Martínez de Pisón publicó Carreteras secundarias, novela en la que narra el viaje de un adolescente con su padre por las carreteras españolas de 1974 a bordo de un Citröen Tiburón, lo único que poseen.

Estos son solo unos pocos ejemplos de cómo el automóvil y la carretera están presentes en la literatura del siglo XX y XXI. La lista es mucho más larga y abarcaría varios artículos. Al fin y al cabo, dos elementos como estos tan presentes en nuestra vida son siempre un motivo de inspiración para los creadores de ficción. Y si la literatura refleja el mundo real, no podía faltar el coche.

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