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OPERACIÓN TRUENO
Noche cerrada. James Bond (Sean Connery) con camiseta azul y pantalón blanco corto sale de la jungla. Llega a la carretera. Acaba de tener un accidente. Se acerca un coche y Bond le hace señales para que pare. Una atractiva conductora le socorre al volante de un Ford Mustang. Bond sube.
—Será mejor que se ajuste el cinturón —dice la conductora.
Bond ignora la advertencia con una sonrisa. La escena pertenece a Operación Trueno (1965). Qué extravagante sonaría al público de entonces la petición de la conductora.
El cinturón de seguridad apenas llevaba una década en el mercado, desde que Ford lo ofreciera como extra en 1956. (Su anclaje recordaba al de los asientos para pasajeros de los aviones). Los espectadores de Operación Trueno, como Bond, no están acostumbrados a los cinturones. La petición de la conductora toma sentido cuando pone el Mustang a 177 kilómetros por hora por carreteras en mal estado. La perturbación se asoma a los ojos de Bond. Sí, debió ponerse el cinturón. La conductora es agente de Spectre. La mala de la película.
BULLITT
Día. San Francisco. Bullitt (Steve McQueen) sube a su Ford Mustang. El héroe descubre el coche de los malos al otro lado de la calle. No hay plano de las manos de Mcqueen, pero los movimientos de su cuerpo son reconocibles: se coloca el cinturón de seguridad. CLIC-CLAC. El sonido prepara al público: McQueen no pretende dar un paseo. Entonces, en 1968, nadie se coloca el cinturón para conducir por la ciudad. McQueen se prepara para correr a velocidades que hacen volar los coches tomando las cuestas por rampas de lanzamiento. (Realmente es la magia del montaje: los coches apenas se despegaron del suelo).
Operación Trueno y Bullitt asocian el cinturón a las velocidades extremas —el que se ataba a la cintura, recordemos— como tantas otras películas de acción de la época. Ponerse el cinturón para actividades cotidianas como hacer la compra o ir al centro o al cine no parecía lo habitual ni en el cine ni, al parecer, en la vida cotidiana.
LOS LOCOS DE CANNONBALL
—Cojamos una ambulancia: no nos parará la policía —dice Burt Reynolds a su socio.
Reynolds pretende ganar una carrera de costa a costa de los Estados Unidos en la olvidada —y olvidable— saga de Los locos de Cannonball (1976). Una carrera sin respetar los límites de velocidad y sin cinturón de seguridad. Lo segundo no es una «regla»de la competición, pero sí una práctica extendida entre los participantes. Parte de un hecho real.
Volvo había inventado el cinturón con tres anclajes (1959), el que usamos hoy, y liberó la patente, pero el invento tardó en cuajar. En los 70 el Gobierno de Estados Unidos comenzó a establecer los límites de velocidad e impuso el uso del cinturón de seguridad. Esto provocó polémicas. Los detractores consideraban que sus libertades individuales estaban siendo recortadas. Se creó la carrera Cannonball como protesta.
Hollywood encontró un filón en esta historia. Primero con una versión dramática protagonizada por David Carradine. Despueś con una saga cómica con Burt Reynolds a la cabeza y una galería de estrellas por entonces en declive (Frank Sinatra, Dean Martin, Sammy Davis Jr.) con otras emergentes como Jackie Chan. Para los protagonistas pesaba más el desafío a la policía —retratada como imbécil— que la propia seguridad física.
REGRESO AL FUTURO
Marty McFly (Michael J. Fox) huye de terroristas con metralletas. Acaban de matar a Doc. Con el peligro encima es inevitable que Marty no repare en el cinturón de seguridad. Pero pasado el peligro, Marty conduce el DeLorean sin ponerse el cinturón. No es que el DeLorean no tenga. Marty McFly es un joven de su tiempo. En su vida cotidiana conduce sin cinturón un Toyota 4×4. La novia le acompaña despreciando igualmente la seguridad.
Aunque Regreso al futuro es una saga familiar, no hay por parte del director ni de los actores ni de los productores (con Spielberg a la cabeza) la idea de sugerir una conducción segura.
En los 80 solo dos tipos de personajes usaban el cinturón: las madres que llevaban a sus hijos a la escuela y los padres que eran pintados como estrictos o aburridos. El público no quiere identificarse con personajes aburridos. Los tipos duros de los 80 como Mel Gibson y Bruce Willis o Kurt Russell no usaban cinturón.
EL MAÑANA NUNCA MUERE
James Bond (Pierce Brosnan) abre por primera vez el BMW 750 que le ofrece Q.
—Bienvenido —saluda una voz femenina más carnal que metálica—. Ajústese el cinturón y obedezca todas las instrucciones.
La sonrisa de Bond delata su desacuerdo.
—Pensé que le prestaría más atención a una voz femenina —dice Q.
A Bond le gusta hacer las cosas a su manera. No ponerse el cinturón es uno de sus caprichos. Como si no llevarlo le permitiera salir deprisa del coche (en el caso de no quedar aturdido tras un choque).
La escena pertenece a El mañana nunca muere (1997). El anterior Bond (Timothy Dalton) empleó el cinturón… a veces. Han pasado treinta años desde Operación Trueno, pero el BMW quiere recordar a 007 la importancia de la seguridad con uno mismo.
FAST AND FURIOUS
Amanecer. La ciudad de Los Ángeles bosteza. Un Mitsubishi Eclipse verde ronronea en los aparcamientos vacíos del estadio de los Dodger. Brian O’Conner (Paul Walker) está al volante de la bestia de 162 caballos. Mira la carretera, pisa el embrague, mete la primera —el cambio de marchas suena contundente, como debe ser— y pisa el acelerador. Los neumáticos echan humo.
O’Conner cambia rápido las marchas, mueve los pies con agilidad en el juego de embrague y acelerador. Lleva al Mitsubishi a 6.000 revoluciones por minuto y alcanza los 225 km/h. No está contento: quiere más. Pero el bicho se rebela, derrapa y O’Conner se ve obligado a frenar en seco.
—Mierda —dice O’Conner golpeando el volante. Está furioso consigo mismo, sin reparar en que ha tenido demasiada suerte. Ha conducido a una endiablada velocidad sin sufrir un rasguño. Sin cinturón de seguridad.
A comienzos del siglo, Fast and Furious (2001) retoma el espíritu de Cannonball. Carreras ilegales. Tipos temerarios. La droga de la velocidad. La idea de la muerte o de incapacidad permanente no se plantea. Con este espíritu se producen ocho entregas (hasta el momento de redactar estas líneas). El cinturón de seguridad es un adorno para los protagonistas. Tienen el pensamiento anclado en una época en la que llevar cinturón parecía una opción personal. Al igual que en Cannonball, el supuesto desafío a la ley que supone no llevar cinturón pesa más que la propia integridad física.
Por primera vez, el cine va detrás de la sociedad, según la Escuela de Salud Pública de la Universidad de St. Louis. Esta institución señala que en el mundo real pocas personas no usan el cinturón, al contrario que en las películas.
CASINO ROYALE
Noche. Montenegro. Bond (Daniel Craig) sale del casino a la carrera tras el villano que secuestra a Vesper (Eva Green). De un salto entra en el Aston Martin DBS. Con el cinturón puesto conduce a gran velocidad para alcanzar al secuestrador. Le ha perdido la pista.
Eva Green está tumbada en la carretera. Bond la esquiva y el Aston Martin da varias vueltas de campana. El Bond de Craig no sufre lesiones. El Bond de Craig usa cinturón cada vez que monta en un vehículo. Ni las prisas le impiden la precaución. El cinturón de seguridad no hace al Bond-Craig más ineficaz que el Bond-Connery. De hecho, lo hace más efectivo. El nuevo Bond no corre riesgos innecesarios. Sabe que si no lleva cinturón, un choque al volante podría dejarlo aturdido y esto haría fracasar la misión.
La saga de James Bond ayuda a ver cómo el cinturón de seguridad ha sido aceptado de manera tardía tanto por la sociedad como por el cine, que se pliega a los gustos del momento.